2 de septiembre de 2012

“A nuestra civilización se le agotan las pilas”

Encontrado en Cooking Ideas por

Emilio Bueso es ingeniero y novelista. Esta doble condición le acredita para escribir libros como ‘Cenital’ (que ya fue glosado aquí recientemente), una distopía en torno al “pico del petróleo”, estremecedora por lo verosímil. Bueso también es un pesimista, y a mucha honra: “Somos los pesimistas los que hacemos que el mundo cambie, los optimistas lo ven todo muy bonito como está. Incluso con la que está cayendo”.

En esta incendiaria entrevista augura el ocaso del automóvil, la obsolescencia del modelo de comercio minorista que representa El Corte Inglés y hambrunas de dimensiones bíblicas. Pero no todo son malas noticias: “Si todo sigue como hasta ahora, la vivienda en España se regalará.” No hay mal que por bien no venga.


¿Era Malthus un optimista?

Malthus hizo sus números y situó el colapso societal en un momento de la historia en el que las hambrunas nos habrían salido por 121 millones de muertos. Y se equivocó, sí. Pero algunos creemos que sólo se equivocó al adelantarse a su tiempo, que el crash catabólico únicamente se ha esquivado por ahora y que cuando ya no podamos seguir posponiéndolo nuestra estructura demográfica estará tan sobredimensionada que el ajuste no será ese. Sólo Europa ya tiene hoy 711 millones de habitantes.

De modo que puede ser peor…

Malthus habló de una severa contracción poblacional para el siglo pasado, provocada por un agotamiento del esquema nutricio. Y a lo que nos enfrentamos ahora es a la extinción. O, según los cálculos de Malthus puestos al día y suponiendo que podamos hacer frente a una masacre de semejante magnitud, a una hambruna que podría dejar hasta cuatro mil millones de muertos.

Así las cosas, Malthus era otro optimista más. Él creyó que aprenderíamos a vivir y a morir mucho antes… No supo ver que a la gente, en general, le pega por la voracidad, le tira la óptica optimista. Morir de un empacho. Tocar el violín sobre las cubiertas de los trasatlánticos…

Los optimistas creen que la trampa maltusiana puede desactivarse con tecnología, como sucedió con la Revolución Verde, que vadeó las hambrunas que pronosticaba el Club de Roma. ¿Crees que, ahora sí, estamos alcanzando los “límites del crecimiento”?

Los tecnólogos del siglo pasado hacían avances, avances que hacían avanzar a la civilización. Los tecnólogos de mi generación hacemos lo que demandan los sacrosantos mercados. Y los sacrosantos mercados nos piden «desarrollos revolucionarios», como Nespresso, o Facebook, que a menudo son considerados los dos mayores fenómenos que ha dado el mundo de la innovación en lo que llevamos de siglo. A la cabeza de la lista de las mayores empresas del mundo tenemos ahora mismo a Apple, cuya cotización muestra claros signos de estar sometida a la típica burbuja especulativa, y a Microsoft, cuya mera existencia a día de hoy algunos ingenieros calificarían de error, o de lastre. Y esa, con permiso de Google (que se está convirtiendo en un peligro), es la cúspide tecnológica de nuestro tiempo según Wall Street.
Los tecnólogos del siglo pasado hacían avances, avances que hacían avanzar a la civilización. Los tecnólogos de mi generación hacemos lo que demandan los sacrosantos mercados.
Pero la tecnología va más allá de la informática…

Sí, pero apenas se ha investigado en materia de sostenibilidad. No se ha hecho de forma significativa en décadas. La sostenibilidad no interesa a nadie, así que estamos abocados a unos esquemas cada vez más inviables a plazo. No habrá otro Deus ex Machina con la tecnología viniendo a salvarnos en forma de nuevos modelos para la energía nuclear o las renovables. Lo que sí nos estamos encontrando en ese terreno son unos hostiones épicos, como el de Fukushima, o el de Gamesa. Tampoco nos están ofreciendo grandes alegrías la biotecnología, la industria química, la inteligencia artificial, la aventura aeroespacial… Y del mundo de las ciencias económicas y políticas mejor ni hablemos, que hay muchas de sus cabezas pensantes que estarían mejor en una pica.

Ante semejante panorama, durante los próximos años (suponiendo que no arda todo cualquier día de estos) yo supongo que veremos florecer mil teléfonos y páginas web alucinantes, sí. Pero a la hora de resolver nuestro problema estructural toda esa tecnología tiene exactamente el mismo poder que la que entró en producción en 1990. Hablo de los zapatófonos de Alcatel y de Nokia. De las páginas web en Times New Roman que veíamos en el Netscape. Todo aquello tan obsoleto que hemos remplazado por lo de ahora, molón y veloz, pero que a los ojos de la economía de lo tangible, que es la que amenaza con mandarnos al infierno, viene a ser lo mismo de siempre. Socialización sin contacto social. Entretenimiento. Circo.

Que no faltará, ni cuando se acabe el pan.

Tecnología para entretener, no para prosperar, ¿cierto?

No sé si me explico… Seguro que tienes media docena de amigos que sueñan con cambiar sus plasmas por teles de LEDs con IPS. Y fijo que no conoces a nadie que esté intentando cambiar sus ventanas por paneles solares o su césped por un huerto. La gente intenta emprender para salir de la crisis y abre bares, comprooros y franquicias, pero nadie se atreve a montar una granja de insectos.

Así el percal, yo no veo una salida tecnológica. No cuando tu especie se comporta exactamente igual que un cáncer.

¿Estás de acuerdo con la opinión de Kunstler, que recoges en tu libro, sobre la “burbuja poblacional”, provocada por el petróleo barato? En caso afirmativo, ¿estamos abocados a una hambruna o tal vez a una esterilización en masa, como denuncian ciertos conspiranoicos?

Si miramos la evolución de la pirámide poblacional y la del consumo energético por habitante resulta que durante las últimas décadas trazan casi la misma curva. Eso demuestra correlación, no causalidad. De acuerdo. Pero con que natalidad y energía sean dos fenómenos bien conectados nos basta para poder afirmar que cuando se acabe el petróleo barato nos enfrentaremos a un infierno demográfico.

Pero la reproducción asistida avanza que es una barbaridad…

Si, acto seguido, echamos un vistazo a los análisis de calidad del esperma y a los índices de fertilidad femenina ya podemos concluir sin titubeos que nos estamos extinguiendo. La tecnología puede revertir eso y combatirlo eficientemente, cierto, pero sólo para aquellas parejas que se lo puedan pagar.

Conque si las hambrunas no nos mandan al carajo para el próximo mundial de fútbol, lo mismo nos toca contemplar como nuestros hijos envejecen intentando concebir en balde a nuestros nietos.

Y esa es la distancia que separa el colapso abrupto de nuestra masa poblacional de su aterrizaje de emergencia. Huelga decir que ninguno de los dos escenarios me parece de recibo.

Antonio Turiel, autor del blog The Oil Crash, sostiene que la crisis actual es el primer síntoma del cénit del petróleo. ¿Estás de acuerdo en que Occidente se estanca por falta de energía?

Yo con Turiel estoy de acuerdo en casi todo. Hasta en las críticas que hace sobre mi novela.

De todos modos, entrando a valorar su análisis desde mi perspectiva, la cosa es que tenemos lo que los economistas llaman «una economía basada en el petróleo». Esto se ha estudiado así desde los años cuarenta. Sabemos de sobra que la energía no es un suministro más, sino la base de la producción de todo tipo de bienes y servicios. También tenemos muy claro que el crédito fluye según las expectativas productivas, y que esta crisis empezó con un problema crediticio. Con todo, yo encuentro evidente que buena parte del problema que tenemos es que a nuestra civilización se le agotan las pilas.

¿Por qué entonces no se habla del problema energético? 

Pues porque eso es muy complicado y descorazonador. No ofrece buenos titulares, no decanta bien los votos, no les sirve de nada a los mercados. ¿Será que hay una conspiración para eludir todos estos temas? Pues no, no estoy diciendo eso, estoy diciendo que a nadie le interesan ya los análisis en profundidad. La gente quiere ocuparse de su empleo, de su casa, de su familia y el mundo que lo arreglen los que mandan. Que para eso están. Y cada mochuelo a su olivo.

A mí mi editor y mi promotora me piden que hable de mi novela distópica y no del pico del petróleo, que yo se supone que aquí vengo a vender libros. Entro en los estudios de las cadenas de radio y me dicen antes de empezar a grabar cosas como «Bueso, a ver cómo podemos abordar lo tuyo sin que la gente al oírlo decida cambiar de emisora». O incluso me cortan cuando me pongo apocalíptico en directo para decir que yo vendo ciencia-ficción y que esperan que la audiencia «siga consumiendo tranquilamente», que «eso será lo único que podrá arreglar las cosas». ¿Va a ser que los poderes en la sombra me están censurando? Nah, para nada. Yo al final digo lo que me sale del níspero. Lo que ocurre es que lo que estoy cascando ahora mismo no lo quiere oír casi nadie. Caso contrario mi libro ya se habría reeditado cien veces.
“Pronto los bancos enladrillados nos cederán las viviendas de su stock en usufructo a cambio de que les traigamos las pensiones y contratemos las tarjetas”
La semana pasada estuve en Francia. El litro de gasolina costaba 2 euros. A este precio calculé que a muchos trabajadores –al menos españoles- ya no les valdría la pena trasladarse hasta su oficina…

¿Qué oficina?

Lo cierto es que tanto la vivienda como el lugar de trabajo son dos sitios que ahora mismo tienen un futuro incierto, para millones de personas. A la gente lo de tener la casa bien lejos del curro ya no se le hace ni tan habitual ni tan inevitable. Muchos de tus vecinos están buscando trabajo en el quinto pino, en otros países. En este, pronto nos encontraremos con unos alquileres tirados de precio o con que los bancos enladrillados nos cederán las viviendas de su stock en usufructo a cambio de que domiciliemos en ellos nuestras nóminas y les traigamos las pensiones y contratemos las tarjetas… Oh, sí, en muchos casos y si todo sigue como hasta ahora, la vivienda en España se regalará. Pasará a estar al servicio del trabajo, y no al revés.

De ahí que el coche esté entrando en peligro de extinción. Nunca fue necesario, prácticamente para nadie. Ahora mismo hay miles y miles de españoles malvendiendo sus coches y ni así consiguen colocarlos. Echa un vistazo por los principales portales de compraventa de vehículos usados. Alucinarás.

Poco después leo a ciertos ecologistas congratularse de que la escalada de los combustibles supondrá un aldabonazo para el coche eléctrico. Pero las pilas jamás van a suplir la capacidad energética del petróleo, como apuntas en la novela. ¿Será que el problema es el coche en sí?

El coche, en posesión, ya representa para las clases medias un estilo de vida caduco. Lo mismo que la vivienda o el trabajo, el coche se está convirtiendo en una cosa ajena y volátil de la que se hará uso y disfrute durante periodos de tiempo cambiantes, puntuales. A no ser que cambie todo de golpe y porrazo, muy pronto nos encontraremos con que sólo los más pudientes o los más imbéciles se gastarán su dinero en adquirir unos vehículos para el transporte privado en los que no haya que pedalear.
 “La posesión de un coche ya representa para las clases medias un estilo de vida caduco”
Tu novela sitúa el fin de los tiempos ya mismo, a dos años vista, en 2014. ¿Crees que el colapso va a ser así de repentino o acaso asistamos a un paulatino desmontaje del sistema de producción y consumo imperantes?

Mira lo gordo que es esto: yo a veces pienso que el escenario de colapso abrupto que describo en «Cenital» podría, pese a los muertos que traería, ser una salida más humana y digna para la crisis que la lenta agonía a la que nos enfrentamos si seguimos haciendo como hasta ahora hasta tocar fondo.

Veamos eso. Pongamos que seguimos cayendo a este ritmo otros cinco años… En España ya tenemos seis millones de parados. El Corte Inglés aportó en 2011 a la economía del país un 1,6% del PIB. Habida cuenta de que su modelo de negocio está obsoleto y de que muchos pensamos que su mercado será pronto devorado por una serie de operadores que han minimizado su estructura de personal (Amazon, Mercadona, eBay, los rastros y abastos…), resulta que uno de cada diez de los asalariados que tenemos ahora se podría enfrentar en breve a un despido, lo cual nos manda a un panorama de siete millones y medio de parados.

Hombre, si nos cargamos de un plumazo a El Corte Inglés…

Sigamos sumando y tomemos otro caso igual. La industria del automóvil también ocupa, de forma directa o indirecta y redondeando, a uno de cada diez asalariados en España. Habida cuenta de que, como acabamos de decir, adquirir un coche es el negocio más ruinoso del mundo y que ya no está justificado bajo ningún concepto en la inmensa mayoría de los casos, a la larga todos esos trabajadores irán derechitos a la oficina de empleo. Pues nada, nos metemos en un escenario de ocho millones de parados.

Sigamos sumando. El turismo también ocupa a uno de cada diez asalariados, y ya no podemos competir en relación calidad/precio con Croacia o Marruecos… ¿sigo? ¿Me pongo ahora con las cifras de la industria editorial? ¿O le mando mis mejores deseos al librero de mi barrio?

¿Y adónde nos lleva todo esto?

Yo repaso mis números y creo que a este paso podríamos encontrarnos dentro de unos años con más de diez millones de parados. Hay mucha gente que piensa que un país como España estallará antes de llegar a eso, y claro, pretende que el tinglado lo haga estallar otro. Es hasta gracioso. Lo mismo resulta que no conseguimos pasar de pataleos como el 15M, que nos acostumbramos a comer basura y a vivir hacinados y asqueados. En el mundo hay países con niveles de pobreza muy superiores al que planteo que van tirando en paz y sin tumultos durante décadas. También hay otros pueblos que con menos problemas de los que tenemos ahora nosotros ya la lían parda. ¿Cómo es todo esto? Pues así de sencillo: el pueblo soporta según los líderes y los agitadores que produce. Y aquí nadie tiene zorra de cómo hacer frente al marrón, todo el mundo pretende volver a su lugar feliz en El País de la Gominola, conque tragaremos hasta reventar.

Por eso yo he preferido novelar un patatús societal, maltusiano, súbito. Hacer un ejercicio de literatura de anticipación más calmado sólo habría supuesto contar una historia mucho más deprimente.

Todos tendemos a buscar informaciones que confirmen nuestra cosmovisión. En este sentido, ¿un pesimista patológico no optará por lanzarse en plancha a las noticias que confirmen el fin de los tiempos?

Somos los pesimistas los que hacemos que el mundo cambie, los optimistas lo ven todo muy bonito como está. Incluso con la que está cayendo. Muchos de ellos están esperando a que les arreglen esto, dicen que ya pasará. Y que la culpa de todo la tenemos los catastrofistas, y que no es que el mundo se esté yendo a la mierda, sino que todo está en nuestra cabeza. Claro.

Mientras tanto, en la España de las cifras, tenemos cada día 9 suicidios, 517 desahucios y 300 cerebros que se fugan. Señores, yo me cago la defensa a ultranza del pensamiento positivo que nos han inculcado. Ha dado lugar al mayor fraude de nuestra historia.

Entonces… ¿sacamos el dinero del banco y vamos buscando una parcela fértil y un arma para defenderla?

Es la opción que yo he novelado, pero hay otra forma de darle un vuelco a esto: salid a la calle, dispuestos a quemar todo lo que tienen los que lo tienen todo. Y a no parar hasta que os devuelvan vuestra vida.

Eso no hará que volvamos a vivir en los felices años 2000, no hará que vuelvan el ladrillazo y el petróleo barato, pero nos devolvería la dignidad, la fe en nuestra sociedad, en nuestro concepto de justicia.

Lo mismo si recuperamos eso empezamos a cambiar de vida, a creer en el futuro. Y en nosotros.

El blog de Emilio Bueso: Noche Cerrada.

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