Encontrado en
Cooking Ideas por
Iñaki Berazaluce:
Emilio Bueso es ingeniero y novelista. Esta doble condición le acredita para escribir libros como
‘Cenital’ (que ya fue glosado aquí
recientemente),
una distopía en torno al “pico del petróleo”, estremecedora por lo
verosímil. Bueso también es un pesimista, y a mucha honra: “Somos los
pesimistas los que hacemos que el mundo cambie, los optimistas lo ven
todo muy bonito como está. Incluso con la que está cayendo”.
En
esta incendiaria entrevista augura el ocaso del automóvil, la
obsolescencia del modelo de comercio minorista que representa El Corte
Inglés y hambrunas de dimensiones bíblicas. Pero no todo son malas
noticias: “Si todo sigue como hasta ahora, la vivienda en España se
regalará.” No hay mal que por bien no venga.
¿Era Malthus un optimista?
Malthus
hizo sus números y situó el colapso societal en un momento de la
historia en el que las hambrunas nos habrían salido por 121 millones de
muertos. Y se equivocó, sí. Pero algunos creemos que sólo se equivocó al
adelantarse a su tiempo, que el
crash catabólico únicamente se
ha esquivado por ahora y que cuando ya no podamos seguir posponiéndolo
nuestra estructura demográfica estará tan sobredimensionada que el
ajuste no será ese. Sólo Europa ya tiene hoy 711 millones de habitantes.
De modo que puede ser peor…
Malthus
habló de una severa contracción poblacional para el siglo pasado,
provocada por un agotamiento del esquema nutricio. Y a lo que nos
enfrentamos ahora es a la extinción. O, según los cálculos de Malthus
puestos al día y suponiendo que podamos hacer frente a una masacre de
semejante magnitud, a una hambruna que podría dejar hasta cuatro mil
millones de muertos.
Así las cosas, Malthus era otro optimista
más. Él creyó que aprenderíamos a vivir y a morir mucho antes… No supo
ver que a la gente, en general, le pega por la voracidad, le tira la
óptica optimista. Morir de un empacho. Tocar el violín sobre las
cubiertas de los trasatlánticos…
Los optimistas creen que
la trampa maltusiana puede desactivarse con tecnología, como sucedió
con la Revolución Verde, que vadeó las hambrunas que pronosticaba el
Club de Roma. ¿Crees que, ahora sí, estamos alcanzando los “límites del
crecimiento”?
Los tecnólogos del siglo pasado hacían
avances, avances que hacían avanzar a la civilización. Los tecnólogos de
mi generación hacemos lo que demandan los sacrosantos mercados. Y los
sacrosantos mercados nos piden «desarrollos revolucionarios», como
Nespresso, o Facebook, que a menudo son considerados los dos mayores
fenómenos que ha dado el mundo de la innovación en lo que llevamos de
siglo. A la cabeza de la lista de las mayores empresas del mundo tenemos
ahora mismo a
Apple, cuya cotización muestra claros signos de estar sometida a la típica burbuja especulativa, y a
Microsoft, cuya mera existencia a día de hoy algunos ingenieros calificarían de error, o de lastre. Y esa, con permiso de
Google (que se está convirtiendo en un peligro), es la cúspide tecnológica de nuestro tiempo según Wall Street.
Los
tecnólogos del siglo pasado hacían avances, avances que hacían avanzar a
la civilización. Los tecnólogos de mi generación hacemos lo que
demandan los sacrosantos mercados.
Pero la tecnología va más allá de la informática…
Sí,
pero apenas se ha investigado en materia de sostenibilidad. No se ha
hecho de forma significativa en décadas. La sostenibilidad no interesa a
nadie, así que estamos abocados a unos esquemas cada vez más inviables a
plazo. No habrá otro
Deus ex Machina con la tecnología
viniendo a salvarnos en forma de nuevos modelos para la energía nuclear o
las renovables. Lo que sí nos estamos encontrando en ese terreno son
unos hostiones épicos, como el de Fukushima, o el de Gamesa. Tampoco nos
están ofreciendo grandes alegrías la biotecnología, la industria
química, la inteligencia artificial, la aventura aeroespacial… Y del
mundo de las ciencias económicas y políticas mejor ni hablemos, que hay
muchas de sus cabezas pensantes que estarían mejor en una pica.
Ante
semejante panorama, durante los próximos años (suponiendo que no arda
todo cualquier día de estos) yo supongo que veremos florecer mil
teléfonos y páginas web alucinantes, sí. Pero a la hora de resolver
nuestro problema estructural toda esa tecnología tiene exactamente el
mismo poder que la que entró en producción en 1990. Hablo de los
zapatófonos de Alcatel y de Nokia. De las páginas web en Times New Roman
que veíamos en el Netscape. Todo aquello tan obsoleto que hemos
remplazado por lo de ahora, molón y veloz, pero que a los ojos de la
economía de lo tangible, que es la que amenaza con mandarnos al
infierno, viene a ser lo mismo de siempre. Socialización sin contacto
social. Entretenimiento. Circo.
Que no faltará, ni cuando se acabe el pan.
Tecnología para entretener, no para prosperar, ¿cierto?
No
sé si me explico… Seguro que tienes media docena de amigos que sueñan
con cambiar sus plasmas por teles de LEDs con IPS. Y fijo que no conoces
a nadie que esté intentando cambiar sus ventanas por paneles solares o
su césped por un huerto. La gente intenta emprender para salir de la
crisis y abre bares, comprooros y franquicias, pero nadie se atreve a
montar una granja de insectos.
Así el percal, yo no veo una salida tecnológica. No cuando tu especie se comporta exactamente igual que un cáncer.
¿Estás
de acuerdo con la opinión de Kunstler, que recoges en tu libro, sobre
la “burbuja poblacional”, provocada por el petróleo barato? En caso
afirmativo, ¿estamos abocados a una hambruna o tal vez a una
esterilización en masa, como denuncian ciertos conspiranoicos?
Si
miramos la evolución de la pirámide poblacional y la del consumo
energético por habitante resulta que durante las últimas décadas trazan
casi la misma curva. Eso demuestra correlación, no causalidad. De
acuerdo. Pero con que natalidad y energía sean dos fenómenos bien
conectados nos basta para poder afirmar que
cuando se acabe el petróleo barato nos enfrentaremos a un infierno demográfico.
Pero la reproducción asistida avanza que es una barbaridad…
Si,
acto seguido, echamos un vistazo a los análisis de calidad del esperma y
a los índices de fertilidad femenina ya podemos concluir sin titubeos
que nos estamos extinguiendo. La tecnología puede revertir eso y
combatirlo eficientemente, cierto, pero sólo para aquellas parejas que
se lo puedan pagar.
Conque si las hambrunas no nos mandan al
carajo para el próximo mundial de fútbol, lo mismo nos toca contemplar
como nuestros hijos envejecen intentando concebir en balde a nuestros
nietos.
Y esa es la distancia que separa el colapso abrupto de
nuestra masa poblacional de su aterrizaje de emergencia. Huelga decir
que ninguno de los dos escenarios me parece de recibo.
Antonio Turiel, autor del blog The Oil Crash, sostiene que la crisis actual es el primer síntoma del cénit del petróleo. ¿Estás de acuerdo en que Occidente se estanca por falta de energía?
Yo con Turiel estoy de acuerdo en casi todo. Hasta en las críticas que hace sobre mi novela.
De
todos modos, entrando a valorar su análisis desde mi perspectiva, la
cosa es que tenemos lo que los economistas llaman «una economía basada
en el petróleo». Esto se ha estudiado así desde los años cuarenta.
Sabemos de sobra que la energía no es un suministro más, sino la base de
la producción de todo tipo de bienes y servicios. También tenemos muy
claro que el crédito fluye según las expectativas productivas, y que
esta crisis empezó con un problema crediticio. Con todo, yo encuentro
evidente que buena parte del problema que tenemos es que a nuestra
civilización se le agotan las pilas.
¿Por qué entonces no se habla del problema energético?
Pues
porque eso es muy complicado y descorazonador. No ofrece buenos
titulares, no decanta bien los votos, no les sirve de nada a los
mercados. ¿Será que hay una conspiración para eludir todos estos temas?
Pues no, no estoy diciendo eso, estoy diciendo que a nadie le interesan
ya los análisis en profundidad. La gente quiere ocuparse de su empleo,
de su casa, de su familia y el mundo que lo arreglen los que mandan. Que
para eso están. Y cada mochuelo a su olivo.
A mí mi editor y mi
promotora me piden que hable de mi novela distópica y no del pico del
petróleo, que yo se supone que aquí vengo a vender libros. Entro en los
estudios de las cadenas de radio y me dicen antes de empezar a grabar
cosas como «Bueso, a ver cómo podemos abordar lo tuyo sin que la gente
al oírlo decida cambiar de emisora». O incluso me cortan cuando me pongo
apocalíptico en directo para decir que yo vendo ciencia-ficción y que
esperan que la audiencia «siga consumiendo tranquilamente», que «eso
será lo único que podrá arreglar las cosas». ¿Va a ser que los poderes
en la sombra me están censurando? Nah, para nada. Yo al final digo lo
que me sale del níspero. Lo que ocurre es que lo que estoy cascando
ahora mismo no lo quiere oír casi nadie. Caso contrario mi libro ya se
habría reeditado cien veces.
“Pronto
los bancos enladrillados nos cederán las viviendas de su stock en
usufructo a cambio de que les traigamos las pensiones y contratemos las
tarjetas”
La semana pasada estuve
en Francia. El litro de gasolina costaba 2 euros. A este precio calculé
que a muchos trabajadores –al menos españoles- ya no les valdría la
pena trasladarse hasta su oficina…
¿Qué oficina?
Lo
cierto es que tanto la vivienda como el lugar de trabajo son dos sitios
que ahora mismo tienen un futuro incierto, para millones de personas. A
la gente lo de tener la casa bien lejos del curro ya no se le hace ni
tan habitual ni tan inevitable. Muchos de tus vecinos están buscando
trabajo en el quinto pino, en otros países. En este, pronto nos
encontraremos con unos alquileres tirados de precio o con que los bancos
enladrillados nos cederán las viviendas de su stock en usufructo a
cambio de que domiciliemos en ellos nuestras nóminas y les traigamos las
pensiones y contratemos las tarjetas… Oh, sí, en muchos casos y si todo
sigue como hasta ahora, la vivienda en España se regalará. Pasará a
estar al servicio del trabajo, y no al revés.
De ahí que
el coche esté entrando en peligro de extinción.
Nunca fue necesario, prácticamente para nadie. Ahora mismo hay miles y
miles de españoles malvendiendo sus coches y ni así consiguen
colocarlos. Echa un vistazo por los principales portales de compraventa
de vehículos usados. Alucinarás.
Poco después leo a
ciertos ecologistas congratularse de que la escalada de los combustibles
supondrá un aldabonazo para el coche eléctrico. Pero las pilas jamás
van a suplir la capacidad energética del petróleo, como apuntas en la
novela. ¿Será que el problema es el coche en sí?
El
coche, en posesión, ya representa para las clases medias un estilo de
vida caduco. Lo mismo que la vivienda o el trabajo, el coche se está
convirtiendo en una cosa ajena y volátil de la que se hará uso y
disfrute durante periodos de tiempo cambiantes, puntuales. A no ser que
cambie todo de golpe y porrazo, muy pronto nos encontraremos con que
sólo los más pudientes o los más imbéciles se gastarán su dinero en
adquirir unos vehículos para el transporte privado en los que no haya
que pedalear.
“La posesión de un coche ya representa para las clases medias un estilo de vida caduco”
Tu
novela sitúa el fin de los tiempos ya mismo, a dos años vista, en 2014.
¿Crees que el colapso va a ser así de repentino o acaso asistamos a un
paulatino desmontaje del sistema de producción y consumo imperantes?
Mira
lo gordo que es esto: yo a veces pienso que el escenario de colapso
abrupto que describo en «Cenital» podría, pese a los muertos que
traería, ser una salida más humana y digna para la crisis que la lenta
agonía a la que nos enfrentamos si seguimos haciendo como hasta ahora
hasta tocar fondo.
Veamos eso. Pongamos que seguimos cayendo a
este ritmo otros cinco años… En España ya tenemos seis millones de
parados. El Corte Inglés aportó en 2011 a la economía del país un 1,6%
del PIB. Habida cuenta de que su modelo de negocio está obsoleto y de
que muchos pensamos que su mercado será pronto devorado por una serie de
operadores que han minimizado su estructura de personal (Amazon,
Mercadona, eBay, los rastros y abastos…), resulta que
uno de cada diez de los asalariados que tenemos ahora se podría enfrentar en breve a un despido, lo cual nos manda a un panorama de siete millones y medio de parados.
Hombre, si nos cargamos de un plumazo a El Corte Inglés…
Sigamos
sumando y tomemos otro caso igual. La industria del automóvil también
ocupa, de forma directa o indirecta y redondeando, a uno de cada diez
asalariados en España. Habida cuenta de que, como acabamos de decir,
adquirir un coche es el negocio más ruinoso del mundo y que ya no está
justificado bajo ningún concepto en la inmensa mayoría de los casos, a
la larga todos esos trabajadores irán derechitos a la oficina de empleo.
Pues nada, nos metemos en un escenario de ocho millones de parados.
Sigamos
sumando. El turismo también ocupa a uno de cada diez asalariados, y ya
no podemos competir en relación calidad/precio con Croacia o Marruecos…
¿sigo? ¿Me pongo ahora con las cifras de la industria editorial? ¿O le
mando mis mejores deseos al librero de mi barrio?
¿Y adónde nos lleva todo esto?
Yo
repaso mis números y creo que a este paso podríamos encontrarnos dentro
de unos años con más de diez millones de parados. Hay mucha gente que
piensa que un país como España estallará antes de llegar a eso, y claro,
pretende que el tinglado lo haga estallar otro. Es hasta gracioso. Lo
mismo resulta que no conseguimos pasar de pataleos como el 15M, que nos
acostumbramos a comer basura y a vivir hacinados y asqueados. En el
mundo hay países con niveles de pobreza muy superiores al que planteo
que van tirando en paz y sin tumultos durante décadas. También hay otros
pueblos que con menos problemas de los que tenemos ahora nosotros ya la
lían parda. ¿Cómo es todo esto? Pues así de sencillo: el pueblo soporta
según los líderes y los agitadores que produce. Y aquí nadie tiene
zorra de cómo hacer frente al marrón, todo el mundo pretende volver a su
lugar feliz en El País de la Gominola, conque tragaremos hasta
reventar.
Por eso yo he preferido novelar un patatús societal,
maltusiano, súbito. Hacer un ejercicio de literatura de anticipación más
calmado sólo habría supuesto contar una historia mucho más deprimente.
Todos
tendemos a buscar informaciones que confirmen nuestra cosmovisión. En
este sentido, ¿un pesimista patológico no optará por lanzarse en plancha
a las noticias que confirmen el fin de los tiempos?
Somos
los pesimistas los que hacemos que el mundo cambie, los optimistas lo
ven todo muy bonito como está. Incluso con la que está cayendo. Muchos
de ellos están esperando a que les arreglen esto, dicen que ya pasará. Y
que la culpa de todo la tenemos los catastrofistas, y que no es que el
mundo se esté yendo a la mierda, sino que todo está en nuestra cabeza.
Claro.
Mientras tanto, en la
España de las cifras, tenemos cada día 9 suicidios, 517 desahucios y 300 cerebros que se fugan.
Señores, yo me cago la defensa a ultranza del pensamiento positivo que
nos han inculcado. Ha dado lugar al mayor fraude de nuestra historia.
Entonces… ¿sacamos el dinero del banco y vamos buscando una parcela fértil y un arma para defenderla?
Es
la opción que yo he novelado, pero hay otra forma de darle un vuelco a
esto: salid a la calle, dispuestos a quemar todo lo que tienen los que
lo tienen todo. Y a no parar hasta que os devuelvan vuestra vida.
Eso
no hará que volvamos a vivir en los felices años 2000, no hará que
vuelvan el ladrillazo y el petróleo barato, pero nos devolvería la
dignidad, la fe en nuestra sociedad, en nuestro concepto de justicia.
Lo mismo si recuperamos eso empezamos a cambiar de vida, a creer en el futuro. Y en nosotros.
El blog de Emilio Bueso:
Noche Cerrada.