1 de febrero de 2013

La verdadera doctrina del shock

Encontrado en The oil crash por Calícrates (AMT):

La doctrina del Shock (The Shock Doctrine, 2009) es una película documental basada en el libro homónimo de la periodista e investigadora Naomi Klein. Nos narra que en junio de 1951 representantes de agencias de inteligencia occidentales se reunieron en secreto con profesores universitarios de Montreal. Como resultado se financió una investigación sobre el aislamiento sensorial en la universidad de McGill. El aislamiento es una forma de producir una monotonía extrema, provoca una reducción de la capacidad crítica, nubla la mente, y el sujeto se queja de que ni siquiera puede fantasear (¿les recuerda Guantánamo?). Los investigadores se dieron cuenta del arma tan potencialmente terrible que podía llegar a ser. Algunos abandonaron el proyecto. Pero éste siguió adelante bajo las órdenes del Jefe de Psiquiatría Ewen Cameron y con objetivos mucho más ambiciosos: borrar a los sometidos a tratamiento la mente, dejarla en blanco para reprogramarlos desde cero. Cameron combinaba el electroshock con las curas de sueño y la repetición de mensajes grabados. La CIA no tardó en poner en práctica los hallazgos de Cameron. Se buscaba un momento de máxima tensión o parálisis, en el cual el sujeto está mucho más abierto a la sugestión, mucho más dispuesto a obedecer que antes de sufrir el shock.

En la misma época de los experimentos de Montreal, y tal vez con conocimiento de aquéllos, un partidario de otro tipo de shock trabajaba no muy lejos de allí. Milton Friedman era profesor de economía de la universidad de Chicago. Creía que la terapia de shock económico impulsaría a las sociedades a aceptar un capitalismo más puro y desregulado. Para que nos demos cuenta de su increíble influencia política, especialmente a partir de la década de los ochenta, Klein da cuenta en su libro de que cuando Friedman cumplió 90 años, la Casa Blanca organizó una celebración en su honor y se pronunciaron discursos. El Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, que llegó a decir que el homenajeado era “la encarnación de una realidad, la de que las ideas tienen consecuencias”. Ya lo creo. Y bastante dramáticas para los que las experimentaron en sus carnes.

Sin embargo Milton Friedman no podía creer seriamente en el mercado libre, y menos en la capacidad de gestión de las megacorporaciones privadas. Cualquiera que conozca el funcionamiento interno de las grandes multinacionales sabe que la clase dirigente corporativa puede llegar a ser incluso más corrupta e ineficiente que la política. Por no decir que la una no es sino el reverso de la otra. Los fines y objetivos de Friedman, y en general de los economistas de la Escuela de Chicago, eran muy otros.

Resulta evidente que el sistema de libre mercado es claramente disfuncional, especialmente a la hora de calibrar situaciones a medio, y no digamos a largo plazo (pensemos en las actuales extrañas oscilaciones del precio del petróleo). Pero es que además, parte de la base de que todos los actores que acuden al mercado tienen el mismo peso. ¡Como si un broker internacional que controle e invierta capitales de fondos de pensiones por cientos de millones de dólares tuviera la misma capacidad de influir en el mercado que una viejecita que ha ahorrado trescientos euros! Digámoslo claramente. El libre mercado esta hecho a medida a los depredadores comerciales o financieros, que por eso lo predican.

El libre mercado sólo funcionaría correctamente en una situación ideal. Pensemos en una población de reducidas dimensiones donde hubiera tres panaderías, y cada uno de los panaderos dispusiera de establecimientos de muy similar estructura comercial, así como del mismo músculo financiero. Entonces los precios del pan serían los correctos, justos para el consumidor y para los productores, y el mercado estaría perfectamente autorregulado. Pero estas situaciones ideales no se dan nunca, ni se darán jamás. Pensemos que uno de los panaderos en cuestión recibiera un suplemento de capital (adquiriera una herencia, le tocara la lotería, etc.), y no anduviera sobrado de escrúpulos. Podría ocurrírsele empezar a vender sus productos a precio de coste, con el fin de hacer quebrar a sus competidores y quedarse a largo plazo con el monopolio del pan en el poblado. Para luego, claro, volver a subir los precios. Esto puede parecer ciencia ficción, o un cuento de Dickens, pero es lo que ocurre diariamente a gran escala en nuestros mercados globalizados. Si alguien te habla de las bondades del libre mercado, o es un ignorante o es un manlintencionado. Cabe también la posibilidad de que se trate de un joven estudiante de económicas, muy entusiasmando con su reciente descubrimiento de Adam Smith, esto es, un teórico sin contacto alguno con la realidad, con lo que bien pudiera ser incluido en la primera categoría. No. Milton Friedman era un gran economista, con vasta experiencia, y no podía creer en estas sandeces. ¿Cuáles eran los verdaderos objetivos de la Escuela de Chicago? ¿Qué buscaban o que querían prevenir?

Vayamos más lejos y entremos en lo políticamente aún más incorrecto. Lo visto en relación al libre mercado ¿no le ocurre igualmente a nuestro deslumbrante sistema partitocrático? ¿Premia verdaderamente la integridad intelectual o la demagogia más ramplona? Vamos a los hechos. En 1979 el Presidente americano James Carter dio el discurso más importante de su presidencia, con el asesoramiento del díscolo Secretario de Energía, James Schlesinger. Alertó a los americanos sobre la excesiva dependencia del país del petróleo, e hizo entrever la necesidad de un cambio radical de política energética, con sacrificios para los ciudadanos. ¿Cuál fue el resultado? ¿Fue sacado a hombros del ruedo por sus alborozados conciudadanos? No. Fue noqueado sin piedad por un vaquero californiano, actor de segunda fila, que probablemente no escribió jamás ni uno solo de sus discursos, y que interpretaba ante el atril con la misma falta de convicción que en la gran pantalla, pero que prometió un nuevo amanecer para América. Seamos honestos. Independientemente de nuestras ideas políticas, que por otra parte no son sino trampas que nos pone el sistema para favorecer la estabulación mental, ante el inevitable declive energético, que afectará dramáticamente a nuestro nivel de vida, si concurriera electoralmente alguien que nos expusiera francamente la necesidad de sacrificios, frente a algún trilero que nos hablase de un nuevo despegue camino del infinito, de la vuelta al crecimiento económico, gracias a la fusión caliente o fría, el motor de agua, o la ayuda de tecnología extraterrestre. ¿A quien votaríamos? Tomémonos unos segundos antes de contestar.

Es la hora de decir abiertamente que el sistema de libre mercado, y la democracia representativa tienen disfunciones por el mismo motivo: alientan el cortoplacismo. Friedman era una persona de gran inteligencia, y no creía ni en lo uno ni en lo otro. Incluso creo que creía aún menos en lo segundo que en lo primero. Pronto lo comprobaremos.

Según el evangelio Friedmanita la economía del libre mercado era indisociable de la libertad y la democracia. Se tiende a pensar que el primer experimento Miltoniano se produjo con los Reaganomics y la política Thatcheriana. Pero, como con escalofriante eficacia demuestra “The Shock Doctrine” esto no es cierto. El primer lugar del mundo que sirvió de tubo de ensayo a los Chicago Boys fue Chile, bajo la dictadura de Augusto Pinochet, y en el marco de una férrea dictadura militar. El plan económico miltoniano, denunció Orlando Letelier, Ministro de Exteriores del último gobierno de Allende, se impuso por medio de miles de asesinatos, el establecimiento de campos de concentración por todo el país y el encarcelamiento de más de 100.000 personas en tres años. Friedman reconoció la importancia del “experimento” chileno y, para mayor escarnio, el año del asesinato de Letelier se le concedió el Premio Nobel de economía. Pero aquello no era más que el principio. El 24 de marzo de 1976 un golpe militar derrocó al gobierno de Isabel Perón en Argentina. Los cachorros de la Escuela de Chicago accedieron inmediatamente a puestos económicos relevantes en el gobierno militar, y aprovecharon la oportunidad para introducir importantes reformas económicas y sociales. Un año después del golpe los sueldos habían perdido el cuarenta por ciento de su valor, se cerraban fábricas y la pobreza se disparó. Como en Chile hubo que aterrorizar al pueblo para que aceptara estas medidas económicas. Se empezó por hacer desaparecer personas, con secuestros perpetrados a plena la luz del día. Los métodos de los militares argentinos, como los de los chilenos, habían sido aprendidos en la Escuela de las Américas, dirigida por militares norteamericanos. Eran técnicas básicas de tortura: desnudar a la víctima, herirla con objetos punzantes, romperles extremidades, marcarla a fuego,… y se emplearon no solo con soldados o terroristas sino contra estudiantes, sindicalistas y todo aquél que se opusiera a la política de libre mercado del régimen. Argentina llevó su régimen de terror un paso más lejos que Chile. Entre los desaparecidos había cientos de mujeres a quienes permitieron dar a luz antes de asesinarlas. La elección de estos dos países citados para iniciar los ensayos probablemente no fue casual. Eran estados con grandes recursos y potencialidad económica.

A principios de los ochenta Friednamitas declarados asumieron el control de los gobiernos británico y norteamericano. Sus métodos, claro está, no fueron los mismos que los aplicados en Latinoamérica. Pero entonces ocurrió algo que nos puede dar luz sobre los verdaderos objetivos de la Escuela de Chicago. A lo largo de dicha década la U.R.S.S. colapsó económicamente. Su enorme burocracia obsoleta, la ineficiente asignación de recursos, y especialmente el escaso rigor en política monetaria, acompañado como es lógico de la imposición de un sistema de precios tasados, condujeron a la escasez y al estraperlo. Aparte, y como ya se ha indicado en algún post, de que maniobras comerciales de ciertas potencias extranjeras expulsaron a los soviéticos del mercado del petróleo, que constituía su principal fuente de divisas, lo que aceleró la catástrofe. Se formaban largas colas ante tiendas de comestibles (otchered), y los mostradores estaban prácticamente vacíos, para desesperación de los pacientes compradores. A pesar de lo cual la implosión del estado soviético se condujo desde arriba, sin explosiones sociales notorias, como consecuencia del rígido esquema autoritario del régimen. Imaginémonos una situación así en un país de Occidente. La rabia y la desesperación serían tan absolutas que podría pasar cualquier cosa. Aquí es donde entra Milton Friedman, y este es el motivo por el que centró el interés de las élites dirigentes desde los años ochenta, sí, desde el momento en que empezaron a tener conciencia de las consecuencias de un futuro escaso de energía.

Ante una situación de falta de recursos lo lógico, quiero decir, lo impepinable, es consumir menos. Esto se puede hacer de dos maneras. Mostrando de forma poco inteligente que el dinero con que pagas los salarios es puro papel mojado, vía soviética, o dándole valor mediante una política monetaria restrictiva, esto es, haciendo más costosa su obtención, por ejemplo bajando salarios, suprimiendo pagas extraordinarias o no revalorizando pensiones. ¿Les suena? Observemos que el resultado es el mismo, el consumo desciende. Pero la percepción psicológica de las masas es completamente diferente.

Entendámoslo con un ejemplo práctico. Faltan recursos. Llegamos a una tienda y hay una cola de media calle. Después de dos horas de espera conseguimos acceder al establecimiento y en el mostrador sólo queda una manzana pasada. ¿Cuál creen que sería la reacción de las multitudes en un poco disciplinado país occidental ante una situación así? Examinemos un segundo supuesto. El hito de partida es el mismo. Faltan recursos energéticos y por ende todos los demás. Sólo tenemos cuatrocientos euros para pasar el mes, porque se nos ha acabado la prestación de paro, y a duras penas cobramos el subsidio. Pero llegamos a un supermercado y… todo es maravilloso, cestas rebosantes de frutas, carnes, pescados envasados bajo luces que realzan su frescura. Aunque de hecho sólo nos llega el presupuesto para una caja de galletas. Conclusión: soy un inútil. No he sabido reciclarme laboralmente, no tengo suficiente movilidad laboral, debería haber aceptado aquel trabajo de picapedrero que me ofrecían en Indonesia. Yo soy el culpable. El Miltonismo es un sistema de control de masas, ante una situación de escasez que se viene previendo desde los años setenta, y que hoy llama a nuestras puertas. Su obsesión privatizadora es secundaria, resultado del componente inflacionario (destructor de valor monetario) que, consideran, tiene la gestión pública de servicios considerados por ellos no esenciales (casi todos) en una fase recesiva (previsión del Peak Oil) y no en una preocupación por la calidad de aquéllos. Las políticas neoliberales nunca han buscado realmente el crecimiento económico, por saber de antemano que éste, a la larga, era insostenible.

El monetarismo a ultranza, la regla o disciplina monetaria, es la única verdad de las doctrinas Miltonianas. Todo lo demás es relleno falso, excipiente para tragar mejor la medicina y que no resulte tan amarga. Las teorías de Friedman, las de verdad y no las de cartón piedra de camuflaje, fueron promovidas como respuesta a las convulsiones sociales que produciría la futura e inevitable escasez energética. Por eso gozaron de especial aceptación durante el periodo Reagan-Thatcher, esto es, después de la defenestración política de Carter y de optarse sin empaques por el mantenimiento a cualquier precio del BAU, aun a pesar de conocerse de antemano del desenlace del largometraje. Pero el sistema debía ser puesto a punto. Requería ensayos y ajustes, a través del método de prueba y error, para encontrarse perfectamente operativo cuando debiera ser aplicado por pura necesidad. El medio: la terapia del shock. La provocación artificial de conflicto y la experimentación de lo que podría hacerse para parar el primer golpe cuando asomase la penuria petrolera. En principio podemos pensar que, en efecto, es útil evitar o mitigar el caos que se cierne sobre nosotros. O tal vez no. ¿A quien beneficia que no se desencadene la anarquía y la sublevación social? Podríamos pensar que a todos. Pero ¿a todos por igual? No, a algunos más que a otros.

La teoría Miltoniana, a pesar de sus declamaciones en favor del capitalismo popular, especialmente en su aplicativo thatcheriano, muy influido también por el “orden espontáneo” de Friedrich Hayek, es básicamente una doctrina elitista. Fue promovida, mimada y aplicada por las oligarquías político-corporativas, para la defensa de sus intereses en lo inmediato, y ante las crisis por venir. Por esto mismo consta, como el célebre bajo relieve de Notre Dame de Paris, de un libro abierto y otro cerrado, esto es, de una formulación pública para la ilustración o más bien desinformación de las masas, y de una agenda oculta, reservada a los iniciados en el culto Friednamita, sus futuros beneficiarios.

¿De verdad creemos que nuestra clase dirigente (corporativa y política, insisto son lo mismo) no conocen de hace largo tiempo la situación a la que nos dirigimos? Recuerdo que hace ya lustros, por una carambola no fácil de explicar, tuve acceso a cierta documentación de una persona de esas que acceden a los aeropuertos a través de la zona Vips. Se trataba de unos dossieres, elaborados por una empresa especializada, de la que nunca había oído hablar. Me quedé embobado leyendo. En un tono asertivo, no como artículo de opinión, te explicaba el como, cuando y porqué de la situación política de aquél entonces, los verdaderos motivos de ciertas decisiones, y lo que con toda certeza ocurriría en el próximo futuro, con la contundencia no ya de una previsión, sino de una auténtica profecía autocumplida. Quitémonos la venda de los ojos. Quienes se mueven en ciertos niveles, lo saben todo. Y multitud de informaciones no alcanzan nunca las páginas de los diarios. Y eso que, presumo, sus directores son suscriptores de publicaciones como la que aquél día, puntualmente, llegó a mis manos.

Milton Friedman, sus excelentemente pagados apóstoles y discípulos, sus think tanks de apoyo, y la prensa económica comprada de saldo, no son otra cosa que las fuerzas de choque de la plutocracia internacional. Ellos son los primeros interesados en el mantenimiento a cualquier precio de un atisbo de orden social, porque son los que más tienen que perder de su destrucción. ¿Qué tiene esta pseudoaristocracia planetaria postmoderna? Esencialmente liquidez, dinero, invertido en paraísos fiscales. El mantenimiento del valor de sus activos monetarios es el pilar de su supremacía económica y social.

Es cierto que los elitistas tienen otros activos. Obras de arte, joyas y metales preciosos, acciones de empresas que no valdrán nada en caso de colapso económico, así como propiedades inmobiliarias. También redes clientelares, bastante soberbia y un inmenso desprecio por lo que califican como “la masa sucia”, esto es, todos nosotros. Pero nada de esto se come. Sus propiedad rústicas pueden producir alimento, pero alguien tendrá que cultivarlas. Siempre necesitarán mano de obra semiesclava. Y por mucha “seguridad privada” que contraten para defender sus lechugas tras vallas electrificadas saben que las masas enfurecidas y hambrientas arrasaran con todo lo que se les ponga por delante. Por todo lo cual es muy probable que la apuesta a largo plazo no les salga bien. Y ellos lo saben. El monetarismo Friedmaniano no es más que una primera trinchera. Luego tendrán que recurrir a otros métodos más contundentes.

Hemos llegado al final del camino Friedmanita. Al momento de la verdad. La actual crisis, que como sabemos no terminará nunca, ya no es una terapia, un experimento. Es el shock real que esperaban desde hace décadas los eminentes economistas de la Escuela de Chicago, y la verdadera razón por la que despreciaban las teorías Keynesianas (desde este punto de vista, tal vez con cierto conocimiento de causa). El decrecimiento de nuestras disponibilidades energéticas, hace ya imposible el crecimiento económico, necesario para mantener en pié el BAU. ¿Cuánto tiempo mantendrán las “ideas dinámicas” del profeta de los elitistas a raya a las masas? Depende de nosotros. De momento los fogones están al mínimo. Pero no nos engañemos. Todo irá a peor. Y los que cuecen la rana, esto es, a todos nosotros, tarde o temprano se verán obligados a abrir la espita. La ignorancia es nuestro mayor enemigo. Y no puede haber peor demostración de incompetencia que la de quien se deja cocinar en agua hirviendo, pudiendo desde el principio salvarse con solo dar un buen salto. Eso sí, al vacío.

Calícrates