8 de agosto de 2005

Hiroshima

Una mañana de agosto de 1945, un avión estadounidense lanzó la primera bomba atómica contra la ciudad de Hiroshima. No hubo aviso ni tiempo para huir, y unas 120.000 personas murieron abrasadas, de ellas, unas 50.000 instantáneamente y el resto poco después debido a las grandes quemaduras. Gran parte de la ciudad quedó borrada del mapa y los campos arrasados en varios kilómetros a la redonda por la honda expansiva. Muchos de los supervivientes murieron poco a poco, días después, por su propia descomposición debida a los efectos de la radiación. Actualmente la radiactividad provocada continúa mutilando y matando en silencio a su población.

Por su aniversario, el otro día pusieron un reportaje en la primera con testimonios, tanto de los que participaron en el lanzamiento, como de los que llegaron a sobrevivir de la explosión. Dicho reportaje me dejó realmente impresionado, tanto por el funcionamiento y efectos producidos por la bomba, como por el horror vivido allí por los japoneses y sobre todo, por la actitud de los americanos que causaron aquello.

Es asombroso como se justifican hechos así, y con los mismos argumentos. Los adinerados EE.UU. supuestamente y por el bien de todos, un día, deciden que lo mejor que se puede hacer, es eliminar de un modo u otro a cierta población por su propio bien. Y si después de bombardearlos, siguen sin entender sus buenas intenciones, pues se bombardea otra vez más, y las que hagan falta hasta que por fin terminen estando de acuerdo con las buenas intenciones estadounidenses.